La rabia y la tristeza son dos emociones muy distintas, tanto en sus causas como en las acciones que generan. Sin embargo, son las dos emociones que más se confunden.
Si analizan sus propias emociones a profundidad, se darán cuenta y se sorprenderán, de las veces que exteriorizan rabia cuando en realidad sienten tristeza.
De hecho, muchos de los conflictos interpersonales que vivimos son causados por mal expresar las emociones, pues dejamos al otro sin comprender de dónde proviene la rabia si nunca deseó atacarte o herirte. No se trata de que la expresamos mal a propósito, de hecho, se trata de un aprendizaje social, pues crecimos en una cultura que aplaude la rabia y el carácter fuerte que defiende lo que es de uno, y critica a la tristeza por verla como innecesaria y de débiles. Así, hemos aprendido a exteriorizar la rabia y a ocultar la tristeza, ignorando que (1) es más fácil resolver las situaciones cuando identificamos la emoción real; y (2) la tristeza también es necesaria y existe por algo.
Ahora bien, comprendamos bien para qué nos sirven estas emociones. La rabia sirve para activarnos y movernos con rapidez para atacar o huir; para cambiar la situación que nos molesta y conseguir una solución repentina. Pero la tristeza también cumple una función poco apreciada: la capacidad de hacernos frenar y reflexionar. Cuando reflexionamos, nos equivocamos menos porque somos capaces de contactar con nuestras necesidades reales y saber con quiénes contamos en nuestro entorno para apoyarnos. Las soluciones que se encuentran con la tristeza, a menudo son más estables en el tiempo que las encontradas con la rabia.
Utilizar la rabia en una situación que genera tristeza, nos hace actuar de forma impulsiva hiriendo al otro y activando posiblemente su rabia para defenderse del ataque, alejándolo y dejando cicatrices en la relación, cuando en realidad lo que deseamos es acercarnos y recibir el afecto que nos falta y nos produce la tristeza. Qué distinta sería la vida si actuáramos acorde a lo que sentimos.
Trabajar en la inteligencia emocional es una excelente manera de empezar a tener control de nuestras emociones y la de los demás, y es una gran herramienta que trabajo en la consulta con mis pacientes individualmente o en pareja. Muchas discusiones se evitan si hablamos después de habernos analizado emocionalmente. Si quieres aprender sobre la inteligencia emocional y detectar qué errores comentes y cómo no cometerlos más, acude a terapia.